San Francisco de Borja: renuncia al mundo para abrazar el Evangelio
La popular figura de Francisco de Borja con una calavera en la mano ha sido durante generaciones el símbolo de la renuncia al mundo para abrazar el Evangelio. La determinación hacia Jesús lo desposeyó de su “escalada” (brillante carrera, tantísimas propiedades nobiliarias, un universo de posibilidades), para acercarse, incluso como General de la Compañía, cada vez más a dos modelos que lo cautivaban: la suavidad de Diego Laínez y el juicio lúcido de Ignacio de Loyola.
Francisco de Borja nació en Gandía (Valencia), en 1510. Gran privado del emperador Carlos V y caballerizo de la emperatriz Isabel, vivió ejemplarmente en palacio. La vista del cadáver de la emperatriz lo impulsó a despreciar las vanidades de la corte, comprendiendo profundamente la caducidad de la vida terrena: el mismo año que fue nombrado Virrey de Cataluña, Francisco recibió la misión de conducir a la sepultura real de Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel. Él la había visto muchas veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el ataúd para reconocer el cuerpo, la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición. Francisco entonces tomó su famosa resolución:
« ¡no servirÉ nunca más a un señor que pudiese morir!»»
Fue virrey de Cataluña y duque de Gandía. Después de la muerte de su esposa, en 1546, que acabó de desligarlo del mundo, entró en la Compañía de Jesús.
San Ignacio le nombró provincial de la Compañía de Jesús en España. San Francisco de Borja dio muestras de su celo y, en toda ocasión expresaba su esperanza de que la Compañía de Jesús se distinguiese en el servicio de Dios por tres normas: la oración y los sacramentos, la oposición a la mentalidad del mundo y la perfecta obediencia. Esas eran las características del alma del santo.
Se distinguió, sobre todo, por su profunda humildad. Desde el momento de su «conversión», San Francisco de Borja,cayó en la cuenta de la importancia y de la dificultad de alcanzar la verdadera humildad y se impuso toda clase de humillaciones a los ojos de Dios y de los hombres. Cierto día, en Valladolid, donde el pueblo recibió al santo en triunfo, el P. Bustamante observó que Francisco se mostraba todavía más humilde que de ordinario y le preguntó la razón de su actitud. El replicó: «Esta mañana, durante la meditación, caí en la cuenta de que mi verdadero sitio está en el infierno y tengo la impresión de que todos los hombres, aun los más tontos, deberían gritarme: ‘¡Ve a ocupar tu sitio en el infierno!’».
Un día confesó a los novicios que, durante los seis años que llevaba meditando la vida de Cristo, se había puesto siempre en espíritu a los pies de Judas; pero que recientemente había caído en la cuenta de que Cristo había lavado los pies del traidor y por ese motivo ya no se sentía digno de acercarse ni siquiera a Judas.
Francisco no se dejÓ engañar por el mundo. SabiÉndose nada confiÓ todo en Jesucristo y logrÓ la santidad.
Dio gran impulso a las misiones. Murió en Roma el 1 de octubre de 1572. Fue canonizado en 1671
Borja nos interpela hoy: ¿qué nombres cautivan también nuestra inspiración?