La frágil democracia
La democracia es frágil. La historia nos enseña que ha costado conseguirla y que es difícil mantenerla. Los hechos que han pasado recientemente en Venezuela nos lo demuestra. El gobierno de la mayoría -con el respeto a las minorías- es un desafío complejo de realizar y que nunca está acabado.
La absurda regla de la mayoría
En los años 50 del siglo XX, el filósofo americano John Dewey afirmaba que “la regla de la mayoría es tan absurda como sus críticos le acusan de serlo (…)”. Luego agregaba: “Lo importante es el medio por el que una mayoría llega a serlo”. Lo esencial para que una democracia pueda desarrollarse son los debates, la discusión y la persuasión que conducen a generar a que una mayoría de ciudadanos y ciudadanas se decida por una opción o por otra. En definitiva, una democracia sana requiere -con todo lo que esto implica- una ciudadanía activa e involucrada. El problema es cómo se genera esto.
La democracia neoliberal
Joseph Schumpeter, quien reflexionó sobre el bien común y la democracia en su obra Capitalism, Socialism and Democracy, asume que el método democrático no es más que un “acuerdo institucional para lograr decisiones políticas en el cual los individuos tienen el poder de decidir a través de la lucha competitiva por el voto popular”. La función primaria del electorado, según Schumpeter, sería decidir quién será el líder.
La democracia neoliberal entiende que los fines de la democracia son los fines de los individuos, tomados como individualidades. De esta manera, al hablar de los objetivos de un grupo estamos hablando de los objetivos en que los distintos individuos puedan converger. Visto de esta manera, un régimen democrático es aquel que responde o es sensible a los objetivos y deseos de sus miembros. Las virtudes de la democracia neoliberal se centran en su eficacia para responder a las necesidades y objetivos de los votantes, pero no como un todo, sino en determinados intereses individuales que tienden a convergir. De una manera u otra, esta manera de entender la democracia se puede reconocer muchas de nuestras democracias.
La voluntad general
Con una mirada diferente –y claramente opuesta a la visión anterior- nos encontramos con una familia de teorías que tienen su origen histórico en el pensamiento de Rousseau. Estas teorías ponen el acento en un aspecto que el modelo neoliberal de democracia no toca: la importancia de la ciudadanía y la dignidad inherente a ella. En El Contrato Social, Rousseau afirma que cuando los hombres unen sus fuerzas éstas se ponen en marcha con un único objetivo y actúan de común acuerdo. Se busca una asociación que defienda y proteja a la persona y los bienes de aquellos que se asocian y, por otra parte, se genera una especie de voluntad general que guía al grupo de personas asociadas. Este sería el fundamento de una sociedad –y, por tanto, de una democracia-, pues si no existiera una voluntad general la voluntad de uno podría esclavizar al otro. En una democracia, de acuerdo con este principio, la voluntad general sería elaborada por todos y todos los individuos pertenecientes a la sociedad se identificarían con ella.
El problema de este planteamiento es que es radicalmente deficiente en cuanto teoría de la democracia, pues no da cuenta de un fenómeno fundamental: el conflicto entre distintos sujetos debido a sus diversos intereses. Uno de los problemas fundamentales que se da en una sociedad democrática es cómo resolver distintas posturas o intereses contrapuestos y concepciones distintas de lo que es, o debería ser, el bien común. La sociedad, obviamente, en muy raras ocasiones comparte una comunidad de propósitos, un proyecto fundamental común. El problema de este modelo de democracia es que le resta legitimidad a la diferencia, a la rivalidad, a la lucha interna y a la diferencia de opinión.
Democracia deliberativa
Si la teoría neoliberal y las teorías de la voluntad general -que, de alguna manera, se puede reconocer en Venezuela-, no son capaces de generar una democracia fuerte y madura, ¿qué alternativa podemos tener? En los últimos años algunos autores -entre ellos la filósofa española Adela Cortina- han insistido en la idea de las democracias deliberativas. La idea es que las distintas preferencias e intereses de la gente no se forman en lo privado, sino que se forman, y transforman, socialmente. Esta es la razón por la que la deliberación cobra tanta importancia en la democracia, pues es un método racional que busca transformar públicamente las diferencias en vez de seguir el objetivo de agregarlas. La democracia deliberativa intenta solucionar el conflicto a través del encuentro de un punto de vista común sobre cómo los ciudadanos deberíamos decidir nuestros conflictos y desacuerdos.
Pero, ¿cómo se pueden generar estas democracias deliberativas? Lo primero -recordando a Aristóteles y el ejercicio de las virtudes- sería practicar la deliberación. Es decir, aprender y practicar el diálogo en las distintas esferas de la ciudadanía y no solo una vez cada cuatro años cuando debemos ir a votar. Por otra parte, es importante que en la formación de los jóvenes, desde temprana edad, se les enseñe y practiquen el interés por lo público y la capacidad de dialogar sobre los problemas de nuestra sociedad.
Ignacio Sepulveda. Profesor de Ética y Filosofía Política. Universidad Loyola Andalucía. Doctor en Filosofía Política por la Universidad de Valencia.