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Divorcios, Secesión y otras Renuncias

Entre 1824 y 1839, los estados centroamericanos constituyeron la República Federal de Centro América. Diferentes visiones políticas e intereses económicos llevaron a su disolución tras numerosos conflictos internos entre las élites políticas y militares.

Unos años más tarde (1861-65) los Estados Unidos de América (EE.UU.) vivían un conflicto civil alimentado por similares diferencias. En el caso de estos, perduró la unión de estados en lugar de la separación.

Casi dos siglos después, los conflictos sociales, políticos y económicos han hecho de Centroamérica una de las regiones más pobres de Latinoamérica y con menor nivel de integración, a pesar de los avances del Sistema de Integración (SICA).

No puedo justificar que el desarrollo de los EE.UU. haya sido una consecuencia directa de su unión. Pero si hay suficientes evidencias, como justifica el profesor Ricardo Hausmann, para argumentar que la unión de personas con diversidad de culturas y capacidades ha contribuido a su desarrollo económico y social.

La unión no es un bien absoluto. Tampoco la secesión es un mal absoluto. Esto resulta sencillo de entender. Pero su aplicación en cualquier supuesto siempre es dolorosa para los implicados y siempre implica un coste fácilmente impredecible.

Hemos vivido una etapa de enormes progresos donde la pobreza se ha reducido desde el 40% al 10% y la esperanza de vida ha pasado de 45 años en 1945 a 75 años en 2015. No obstante, como también pasaba en el siglo XIX, nos adentramos en una época donde los cambios tecnológicos, sociales, políticos y económicos están generando crisis sociales, frustración y miedo. Y en muchos contextos, estas se manifiestan en forma de conflictos de etnia, religión y nación, que nos recuerdan propuestas políticas que ya creíamos abandonadas.

Tras casi 10 años trabajando en desarrollo en Afganistán y Centroamérica, si algo he podido constatar a fuerza de fracasos y algunos éxitos, es que es demasiado fácil destruir lo que cuesta décadas, a veces siglos, construir. Nos gusta culpar a los desastres naturales y, a veces, a los de fuera. Pero en gran parte de las ocasiones, es nuestra falta de capacidad para empatizar con el otro y el contexto, la simplificación de soluciones técnicas para problemas complejos, la falta de consideración de los agentes necesarios, lo que nos lleva a destruir estructuras sociales y físicas que tanto esfuerzo y dinero nos ha llevado crear.

Incluso la Unión Europea, el mayor proyecto colectivo de paz y progreso de la historia reciente que surgió tras una época de terribles soluciones finales, empieza a mostrar signos de bloqueo. Son muchos los que ahora quieren levantar viejas fronteras para protegernos de problemas externos, cuando pareciera que lo que no quieren es buscar soluciones a los propios.

En palabras del profesor Ronald Heifetz, no podemos resolver problemas complejos (adaptativos) con soluciones técnicas simples, ya sean éstas muros, leyes o votaciones ilegítimas.

La mayor parte de los problemas sociales son complejos y requieren aprendizajes, tanto en la definición como en la resolución, y requieren trabajo conjunto entre gobiernos y ciudadanos. Cuando las soluciones simples, a veces emocionales, suponen costes inasumibles, se hace necesario afrontar nuestros problemas con un enfoque diferente:

  • identificar los problemas reales que tanta frustración generan y trabajar de forma experimental y local en la resolución de los mismos
  • desafiar las creencias y valores tradicionales para identificar cambios que faciliten las innovaciones necesarias para resolver dichos problemas.
  • movilizar a todos los actores, a través de estructuras de liderazgo compartido que incorporen diversidad roles y aseguren la viabilidad legal y legitimidad de las propuestas.

El trabajo adaptativo es “enmarañado” y requiere perseverancia, creatividad y coraje. Las personas con tal problema son el problema, pero también parte de la solución.

Solucionar los problemas de una unión administrativa de manera rotunda, siempre que se hayan agotado todas las posibilidades de mejorarla, pasa por calcular el coste constatable de la separación y hacérselo comprender a los implicados. En cuanto a separaciones emocionales, culturales y políticas, por muy necesarias que pretendan ser, pasarán por suponer los costes derivados que se tornarán insoportables para quienes valoran melancolías y demás sueños de la razón. Pensemos, pues, en cómo seguir construyendo e innovando soluciones para resolver los problemas reales, que existen, en lugar seguir destruyendo convivencia.

Ignacio Álvaro Benito. Ingeniero de formación, gestor público y social por experiencia, defensor del desarrollo sostenible por convicción y facilitador por vocación.

Fuente: http://entreparentesis.org/divorcios-secesion-otras-renuncias/