Maudie, el color de la vida
La película canadiense Maudie, el color de la vida (2016) va más allá de las convenciones y nos presenta una obra que trata de explicar en imágenes la mirada de una artista única, la canadiense Maud Lewis. Aquejada de artritis reumatoide desde muy joven, la original creadora no se dejó amilanar por sus limitaciones físicas y logró llamar la atención de la comunidad artística sin desplazarse prácticamente de South Ohio, una pequeña localidad de la región canadiense de Nueva Escocia.
Al celebrar el día 8 de marzo el día internacional de la mujer, presentamos la vida de esta pintora que creó unos cuadros luminosos, de trazos casi infantiles y repletos de color. Para ella el arte fue una vía de escape a una realidad dura que puede transformarse, gracias a su particular sensibilidad, en un mundo casi idílico.
La película nos muestra además la atípica relación sentimental de la protagonista con un hombre tosco y casi analfabeto que, al igual que ella, era un marginado. La directora refleja sin paños calientes la durísima vida en común de ambos, dos seres que parecían más unidos en un principio por su mutuo empeño de salir adelante ante la adversidad que por una atracción mutua. Vista con los ojos de un individuo del siglo XXI, el comportamiento del esposo de la artista, un hombre que no dudó en denigrarla durante años, podría ser considerada como el propio de un maltratador. Sin embargo, queda claro desde un principio las taras emocionales de un pobre diablo criado en un orfanato al que costaba expresar sus sentimientos más tiernos. El mérito de Maud fue defenderse de sus ataques demostrando su valía como persona y lograr que el tipo desagradable que la contrató casi como una esclava terminará enamorándose y realizando las tareas domésticas para que ella pudiera dedicarse plenamente a su labor como pintora cuando alcanzó cierto reconocimiento.