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Sanando heridas

El pasado sábado día 5 de mayo, asistí al Taller “El Camino del Perdón y la Reconciliación” que organizaba el Centro Arrupe. Como ponentes, Elías López sj, José Castilla y Marcelino Escobar, a quienes agradezco su dedicación y cariño.

El Taller ha sido un regalo, me siento muy agradecida por esta oportunidad, por este tiempo de escucha, de escuchar y escucharme. Agradezco al Señor tanto bien recibido.

No tenía ni idea de cómo sería el taller, no sabía qué haríamos ni en qué iba a consistir, sólo pensaba que era una herramienta de ayuda en esas situaciones por las que todos, de un modo u otro, pasamos, de perdonar y perdonarnos, que debía aprovechar, pues en mi caso, además, acudía con una herida abierta, herida que duele, herida que siento que tengo que cuidar mucho y bien, para que sane, que cicatrice, porque de otro modo, me será difícil avanzar en mi camino.

Cuando llegué me encontré con algunas caras conocidas y otras muchas que no conocía. Iniciamos el taller con una presentación breve de cada uno, para irnos familiarizando un poco, nos quedaba todo un día de compartir por delante. Siempre me sorprende cuando, aún extraños, nos abrimos unos a otros, desde lo profundo del corazón, cuando mostramos al otro nuestra fragilidad, cuando nos acogemos desde el respeto, la conexión es tremenda. Y así ocurrió, pronto dejamos de ser extraños… Heridas conectadas… Piel compartida….

Reconozco ser persona -y no me siento bien con ello- de caer fácilmente en la ira, en la rabia, y con la ofensa, con mayor facilidad. Elías me ayudó mucho a entenderlo con su explicación sobre la ofensa. Resuena en mí, qué hago con la ofensa, cómo se cuela en mí, llevándome a la inseguridad, una inseguridad que fácilmente perjudica a mi manera de relacionarme no sólo con el ofensor/a, sino también con los demás… Demoledor el camino de la ofensa, si no la gestionamos bien, afectando nuestra seguridad, sociabilidad…, pero no queda ahí la cosa, la ofensa sigue su camino y llegar a nuestra propia identidad existencial…, qué soy, qué siento que soy…

Todos elegimos una herida que sanar, centrando el taller en esa herida. Hicimos un ejercicio en “grupiños” de tres personas, que Pepe nos explicó su porqué y para qué y dio unas pautas para llevarlo a cabo; se trata de un trabajo, que nos va adentrando en el conflicto, analizándolo desde distintas realidades – la mía, la del causante de mi herida, y una postura neutra-, con la finalidad de empatizar; resulta difícil ponerte en el lugar de quien te hace daño, no me refiero lógicamente a un “sin querer”, me refiero a una conducta ofensiva reiterada, que te va minando… Duro el ejercicio, y sorprende el resultado, tu dolor, tu herida está ahí, pero puedes mirarla de otra forma, en mi caso, me sentí muy removida interiormente y con deseo de transformar.  A ello me ayudaron muchísimo las otras dos personas que formaban mi grupo,  no nos conocíamos de nada, pero no nos resultó difícil conectar, desde lo más profundo de nosotras, lo auténtico. Siento que el Señor, que no deja de sorprendernos y nos va haciendo regalitos cuando menos lo esperamos, me ha dejado algunos en este taller. Es Él quien transforma nuestras vidas!

Ya tras la pausa del almuerzo, Marcelino, nos habló sobre el perdón y el perdonarse. Nos aclaró mucho sobre este proceso. Uno no perdona y punto, que es lo que a veces intentamos, la losa de “tengo que perdonar” pesa mucho. No es así, desde luego que no, es importantísimo, como en todo, el proceso, un proceso que implica entre otras muchas cosas, reconocer, aceptar, comprender, saberse digno… Pero, más difícil que el perdón, que no es fácil según en qué circunstancias, me parece perdonarse, me llamó la atención la idea de cómo la falta de perdón a uno mismo, te puede llevar al auto rechazo, duras palabras y duras consecuencias, que me llevan a recalcarme la necesidad de escucha interior, estemos atentos… y cuidado con los autoengaños. Termina Marcelino con un ejercicio, a primera vista sencillo, se trata únicamente de mirarte en un espejo, e ir dejándote guiar por sus palabras… Uf! Cuánto vi en mi rostro!, mi dolor, mi fuerza, mi amor, mi vida y la del otro, causante de mi herida, su dolor, su sufrimiento, que sin duda lo hay… Fue tremendo y me emocionó mucho. El ejercicio finaliza sustituyendo el espejo por un compañero, en mi caso, fue Diego quien penetró con su mirada en lo más profundo de mi corazón, en mi herida abierta, y lo hizo con tanto cariño… Gracias. También me permitió tocar su herida, y me sentí profundamente agradecida por ello. Me sentí frágil, pero con deseo de reconstruir ¡Cuanta necesidad de dejar al alfarero que modele estos barros!

La última parte del taller fue preciosa, Elías nos dio una visión espiritual del perdón, de ese darse infinito, y del perdonarse, del darnos vida. Me ayudó a ver a Dios, en medio del conflicto, acogiendo, acompañando, también sufriendo y abrazando, amando, como sólo Él nos ama. Me hizo ver de dónde vengo, la importancia de sanar vínculos, me ayudó a ver mi luz, y desde mi luz, mirar a los demás, amándolos desde lo que soy, tal como soy. Importantísimo, y que no se me olvide nunca, el paso atrás, para conectarnos, conexión de amor, con nuestra Fuente de Vida, con nuestra Fuente de Amor, con nuestro Padre/Madre Dios, y desde ahí, solo entonces, el paso adelante.  Mucho para ir poco a poco asimilando y digiriendo.

Por encima de nuestros conflictos, de nuestras situaciones de dolor, de difícil perdón, resonaba en mí ese mensaje que sintetiza toda la enseñanza del Señor, tan conocido y tal vez por ello, no en pocas ocasiones, convertido en fórmula sabida pero no vivida “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Esta es la lógica del Reino de Dios, amar a nuestros enemigos, pero esta lógica contradice los principios más profundos del egoísmo humano y nos cuesta, nos cuesta mucho… Qué ejemplo más grande nos dio Jesús ¡Amor que suscita vida!

El taller ha sido mucho más…, jornada intensa, llena de sentimientos y emociones a flor de piel compartidas, me siento profundamente agradecida y con la necesidad de ir digiriendo lo mucho recibido, lenta y profundamente, para crecer y avanzar, bien despacito, en mi proceso de perdonar y perdonarme.

Ojalá que con el amor de todos y entre todos, sanemos nuestras heridas, las heridas del mundo.

¡Gracias!